Los palestinos. Los negros.
“Dios es blanco;
desde hace dos mil años
come sobre su mantel blanco,
con un tenedor blanco
y se limpia la boca blanca
con una servilleta blanca”
Jean Genet
Jean Genet odiaba el teatro. Aún así, fue un dramaturgo sobresaliente. Francés de nacimiento, homosexual y escritor, que en los hechos, apoyaba los movimientos de los desposeídos y marginados de la sociedad. Todo en Genet podría parecer una manifestación. Su persona, para empezar.
Abandonado por sus padres a la asistencia pública, crece en un orfanato y posteriormente, al encontrársele culpable de hurto, es ingresado a un reformatorio. Al cumplir la edad reglamentaria, abandona la correccional, entra a la legión extranjera, de la cual deserta. Después entra y sale de la cárcel durante algunos años. Roba, traiciona, se prostituye. Sobrevive.
Genet comienza a escribir después de sus veinticinco años. Su primera obra “Notre Dame du fleurs” Nuestra Señora de las Flores, escrita en la cárcel, le es arrebatada por el director del penal. El artista la reconstruye, sólo con el poder de su memoria, y la plasma sobre papel para hacer bolsas, del cual disponía gracias a su trabajo en el centro penitenciario. Había sido condenado a cadena perpetua, por reincidencia y aumento en la gravedad de sus crímenes. No obstante, los intelectuales “del momento” Sartre y Cocteau tienen acceso a su obra. Visiblemente sorprendidos y sensibilizados, piden al primer ministro de Francia, el perdón para el convicto. Después de un tiempo conveniente, logran el indulto para el futuro escritor de obras como “Querelle de Brest” y “El condenado a muerte”, ambas auto biográficas, con profundas reflexiones acerca del absurdo de la existencia, y dónde los personajes principales son ladrones, asesinos y proxenetas. Las obras de Genet tienen poesía implícita. Después de salir de la cárcel, Genet se esconde durante cuatro años y no produce nada. Sartre escribe el ensayo sobre él: “San Genet. Comediante y mártir”
Jean vive una nueva etapa en su vida. Como creador y como individuo identificado con las luchas, razones y manifestaciones de los marginales, como él. Genet escribe en Cuatro horas en Chatila, uno de sus textos más crudos, y reveladores: “la mujer palestina probablemente era mayor, puesto que tenía el pelo gris. Estaba tumbada de espaldas, depositada o dejada sobre sillares, ladrillos, barras de hierro torcidas, sin confort. Antes de nada me sorprendí por una extraña trenza de cuerda y tela que iba de una muñeca a la otra, manteniendo así los dos brazos abiertos en horizontal, crucificados. La cara negra e hinchada, levantada hacia el cielo, mostraba una boca abierta, negra de moscas, con dientes que me resultaron muy blancos, una cara que parecía, sin que un músculo se moviese, o bien hacer muecas o bien sonreír o proferir un alarido silencioso e ininterrumpido. Sus medias eran de lana negra; el vestido de flores rosas y grises, ligeramente remangado o demasiado corto, no lo sé, dejaba ver lo alto de las pantorrillas negras e hinchadas, siempre con delicados tintes semejantes al malva y al violeta de las mejillas. ¿Eran hematomas o el efecto natural de la putrefacción al sol? —
¿Le han pegado con la culata?
—Mire, señor, mire sus manos.- No me había fijado. Los dedos de las dos manos estaban desplegados en abanico y los diez estaban cortados con una cizalla de jardinero. Los soldados, riendo como niños y cantando alegremente, se habían divertido descubriendo esta cizalla y utilizándola.
—Mire, señor.
Las puntas de los dedos, las falanges con la uña, yacían en el polvo-. El hombre joven que me mostraba, con naturalidad, sin ningún énfasis, el suplicio de los muertos, recubrió tranquilamente con una tela la cara y las manos de la mujer palestina, y con un cartón rugoso sus piernas. Yo ya no distinguía más que un montón de telas rosas y grises sobrevolado por moscas.”
Quien así escribe, presenció la estela que dejó la masacre de un grupo civil palestino a manos de grupos fundamentalistas apoyados por Israel. Genet sigue relatando con una sensibilidad distanciada, los hechos sucedidos muy recientemente.
Genet piensa que no le debe a nadie. Por lo tanto escribe sin limitantes. Sin embargo. Un escritor de esta índole no puede ser perdonado por la crítica, quien en más de una ocasión trata de relegar sus obras al desván de los artefactos literarios disfuncionales. No obstante, el francés hace atrevidas comparaciones, al involucrarse ideológicamente con la revolución palestina, en un libro póstumo llamado Un cautivo enamorado. del que Juan Goytisolo extrae un fragmento que cito aquí sin su permiso:
“Cuando el joven, después de largos días de inquietud y perplejidad, resuelve cambiar de sexo conforme a la palabra bastante horrenda de transexual, una vez tomada la decisión, le invade la alegría ante la idea de su sexo nuevo, de los senos que acariciará realmente... Desprenderse del consabido, pero execrado modo de andar viril, dejar el mundo por el Carmelo o la leprosería, saltar del universo del pantalón al de los sostenes, ¿no es quizás el equivalente de la muerte esperada pero temida y no admite una comparación con el suicidio a fin de que los coros canten el Tubamirum? El transexual será pues un monstruo y un héroe... El temor comenzará con la resistencia de los pies a achicarse: los zapatos de mujer, tacón de aguja 43-44 son raros, mas la alegría lo cubrirá todo, la alegría y la exultación. El Requiem expresa esto: el júbilo y el temor. Así los palestinos, los chiíes, los locos de Dios que se precipitan riendo hacia los antiguos de las cavernas y los escarpines dorados del 43-44, se vieron brincar adelante con mil carcajadas, mezclados con el retroceso de los trombones. Alegría del transexual, alegría del Requiem, alegría del Kamikaze... alegría del héroe”.
Genet intenta entrar a Estados Unidos de Norteamérica, y la visa se le niega, pues se saben de sus vínculos con organizaciones como las Panteras Negras. Grupo rebelde radical que apoyaba la causa negra. Genet logra entrar por vías ilegales y participa en reuniones, marchas y otras actividades con este grupo.
A raíz de su experiencia estadunidense, Genet concibe “Los negros”, obra cuyo inicio es un ritual, otra vez, de reivindicación. En la primera escena, debe haber un ataúd blanco, los actores, son todos negros, o tienen la piel pintada de ese color. Cantan y parecen regocijarse de un asesinato. Conforme transcurre la obra, el espectador se da cuenta que los homicidas celebran haber matado a una piel rosada. Los tambores africanos marcan el compás que llevará toda la obra. Genet piensa en hostias negras. Y ya vienen las autoridades, con la muerte blanca en sus armas. La obra busca la denuncia racial. Válida hoy, como siempre, en medio de las guerras con el pretexto de la limpieza étnica.
Genet hizo de su homosexualidad, una expresión social más. Enamorado de un equilibrista. Vende los derechos de una de sus obras, con el único fin de que su amante pudiera tomar cursos avanzados de equilibrio. A Genet le parece que el circo, es el único arte dónde el artista arriesga su vida cada noche. Abdellah es el nombre de este acróbata, quién posteriormente se suicida. Genet se siente y escribe destrozado, sin embargo continúa hacia la noche. Hacia nuestro final ineludible. Inundado de cáncer. Ese final que podría parecer un simulacro para este sobreviviente de la vida y la sociedad, que despreció, criticó y escandalizó, El ocaso lo alcanzó. Hoy todavía nos alimentamos de su rapiña, como se lee en algún blog español. Español, como el cementerio junto al mar donde está su tumba. Larache. Genet escribe de sí mismo, y parece incluir a varios de nosotros:
“Mi estupor fue inmenso cuando comprendí que mi vida... no era sino una hoja de papel blanco que, a fuerza de pliegues, había podido transformarse en un objeto nuevo que yo era quizás el único en ver en tres dimensiones, con la apariencia de una montaña, de un precipicio, de un crimen o de un accidente mortal”.
Genet, sin embargo, de una romántica manera, teje su obra, su vida y su muerte en una sola fantástica aventura. Manifestación social. Consciente o inconsciente. Ingenuidad y experiencia. Su obra espera. En la penumbra de la paradoja.
“Dios es blanco;
desde hace dos mil años
come sobre su mantel blanco,
con un tenedor blanco
y se limpia la boca blanca
con una servilleta blanca”
Jean Genet
Jean Genet odiaba el teatro. Aún así, fue un dramaturgo sobresaliente. Francés de nacimiento, homosexual y escritor, que en los hechos, apoyaba los movimientos de los desposeídos y marginados de la sociedad. Todo en Genet podría parecer una manifestación. Su persona, para empezar.
Abandonado por sus padres a la asistencia pública, crece en un orfanato y posteriormente, al encontrársele culpable de hurto, es ingresado a un reformatorio. Al cumplir la edad reglamentaria, abandona la correccional, entra a la legión extranjera, de la cual deserta. Después entra y sale de la cárcel durante algunos años. Roba, traiciona, se prostituye. Sobrevive.
Genet comienza a escribir después de sus veinticinco años. Su primera obra “Notre Dame du fleurs” Nuestra Señora de las Flores, escrita en la cárcel, le es arrebatada por el director del penal. El artista la reconstruye, sólo con el poder de su memoria, y la plasma sobre papel para hacer bolsas, del cual disponía gracias a su trabajo en el centro penitenciario. Había sido condenado a cadena perpetua, por reincidencia y aumento en la gravedad de sus crímenes. No obstante, los intelectuales “del momento” Sartre y Cocteau tienen acceso a su obra. Visiblemente sorprendidos y sensibilizados, piden al primer ministro de Francia, el perdón para el convicto. Después de un tiempo conveniente, logran el indulto para el futuro escritor de obras como “Querelle de Brest” y “El condenado a muerte”, ambas auto biográficas, con profundas reflexiones acerca del absurdo de la existencia, y dónde los personajes principales son ladrones, asesinos y proxenetas. Las obras de Genet tienen poesía implícita. Después de salir de la cárcel, Genet se esconde durante cuatro años y no produce nada. Sartre escribe el ensayo sobre él: “San Genet. Comediante y mártir”
Jean vive una nueva etapa en su vida. Como creador y como individuo identificado con las luchas, razones y manifestaciones de los marginales, como él. Genet escribe en Cuatro horas en Chatila, uno de sus textos más crudos, y reveladores: “la mujer palestina probablemente era mayor, puesto que tenía el pelo gris. Estaba tumbada de espaldas, depositada o dejada sobre sillares, ladrillos, barras de hierro torcidas, sin confort. Antes de nada me sorprendí por una extraña trenza de cuerda y tela que iba de una muñeca a la otra, manteniendo así los dos brazos abiertos en horizontal, crucificados. La cara negra e hinchada, levantada hacia el cielo, mostraba una boca abierta, negra de moscas, con dientes que me resultaron muy blancos, una cara que parecía, sin que un músculo se moviese, o bien hacer muecas o bien sonreír o proferir un alarido silencioso e ininterrumpido. Sus medias eran de lana negra; el vestido de flores rosas y grises, ligeramente remangado o demasiado corto, no lo sé, dejaba ver lo alto de las pantorrillas negras e hinchadas, siempre con delicados tintes semejantes al malva y al violeta de las mejillas. ¿Eran hematomas o el efecto natural de la putrefacción al sol? —
¿Le han pegado con la culata?
—Mire, señor, mire sus manos.- No me había fijado. Los dedos de las dos manos estaban desplegados en abanico y los diez estaban cortados con una cizalla de jardinero. Los soldados, riendo como niños y cantando alegremente, se habían divertido descubriendo esta cizalla y utilizándola.
—Mire, señor.
Las puntas de los dedos, las falanges con la uña, yacían en el polvo-. El hombre joven que me mostraba, con naturalidad, sin ningún énfasis, el suplicio de los muertos, recubrió tranquilamente con una tela la cara y las manos de la mujer palestina, y con un cartón rugoso sus piernas. Yo ya no distinguía más que un montón de telas rosas y grises sobrevolado por moscas.”
Quien así escribe, presenció la estela que dejó la masacre de un grupo civil palestino a manos de grupos fundamentalistas apoyados por Israel. Genet sigue relatando con una sensibilidad distanciada, los hechos sucedidos muy recientemente.
Genet piensa que no le debe a nadie. Por lo tanto escribe sin limitantes. Sin embargo. Un escritor de esta índole no puede ser perdonado por la crítica, quien en más de una ocasión trata de relegar sus obras al desván de los artefactos literarios disfuncionales. No obstante, el francés hace atrevidas comparaciones, al involucrarse ideológicamente con la revolución palestina, en un libro póstumo llamado Un cautivo enamorado. del que Juan Goytisolo extrae un fragmento que cito aquí sin su permiso:
“Cuando el joven, después de largos días de inquietud y perplejidad, resuelve cambiar de sexo conforme a la palabra bastante horrenda de transexual, una vez tomada la decisión, le invade la alegría ante la idea de su sexo nuevo, de los senos que acariciará realmente... Desprenderse del consabido, pero execrado modo de andar viril, dejar el mundo por el Carmelo o la leprosería, saltar del universo del pantalón al de los sostenes, ¿no es quizás el equivalente de la muerte esperada pero temida y no admite una comparación con el suicidio a fin de que los coros canten el Tubamirum? El transexual será pues un monstruo y un héroe... El temor comenzará con la resistencia de los pies a achicarse: los zapatos de mujer, tacón de aguja 43-44 son raros, mas la alegría lo cubrirá todo, la alegría y la exultación. El Requiem expresa esto: el júbilo y el temor. Así los palestinos, los chiíes, los locos de Dios que se precipitan riendo hacia los antiguos de las cavernas y los escarpines dorados del 43-44, se vieron brincar adelante con mil carcajadas, mezclados con el retroceso de los trombones. Alegría del transexual, alegría del Requiem, alegría del Kamikaze... alegría del héroe”.
Genet intenta entrar a Estados Unidos de Norteamérica, y la visa se le niega, pues se saben de sus vínculos con organizaciones como las Panteras Negras. Grupo rebelde radical que apoyaba la causa negra. Genet logra entrar por vías ilegales y participa en reuniones, marchas y otras actividades con este grupo.
A raíz de su experiencia estadunidense, Genet concibe “Los negros”, obra cuyo inicio es un ritual, otra vez, de reivindicación. En la primera escena, debe haber un ataúd blanco, los actores, son todos negros, o tienen la piel pintada de ese color. Cantan y parecen regocijarse de un asesinato. Conforme transcurre la obra, el espectador se da cuenta que los homicidas celebran haber matado a una piel rosada. Los tambores africanos marcan el compás que llevará toda la obra. Genet piensa en hostias negras. Y ya vienen las autoridades, con la muerte blanca en sus armas. La obra busca la denuncia racial. Válida hoy, como siempre, en medio de las guerras con el pretexto de la limpieza étnica.
Genet hizo de su homosexualidad, una expresión social más. Enamorado de un equilibrista. Vende los derechos de una de sus obras, con el único fin de que su amante pudiera tomar cursos avanzados de equilibrio. A Genet le parece que el circo, es el único arte dónde el artista arriesga su vida cada noche. Abdellah es el nombre de este acróbata, quién posteriormente se suicida. Genet se siente y escribe destrozado, sin embargo continúa hacia la noche. Hacia nuestro final ineludible. Inundado de cáncer. Ese final que podría parecer un simulacro para este sobreviviente de la vida y la sociedad, que despreció, criticó y escandalizó, El ocaso lo alcanzó. Hoy todavía nos alimentamos de su rapiña, como se lee en algún blog español. Español, como el cementerio junto al mar donde está su tumba. Larache. Genet escribe de sí mismo, y parece incluir a varios de nosotros:
“Mi estupor fue inmenso cuando comprendí que mi vida... no era sino una hoja de papel blanco que, a fuerza de pliegues, había podido transformarse en un objeto nuevo que yo era quizás el único en ver en tres dimensiones, con la apariencia de una montaña, de un precipicio, de un crimen o de un accidente mortal”.
Genet, sin embargo, de una romántica manera, teje su obra, su vida y su muerte en una sola fantástica aventura. Manifestación social. Consciente o inconsciente. Ingenuidad y experiencia. Su obra espera. En la penumbra de la paradoja.
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