Tu sexo. Oscuro.
"...La búsqueda calculada de la procreación,
semejante al trabajo de una sierra,
humanamente corre el riesgo de reducirse
a una lamentable mecánica.
La esencia del hombre se basó en la sexualidad
- que es el origen y el principio –
planteándole un problema cuya
única salida es el enloquecimiento.”
Georges Bataille, El Erotismo.
Nacemos y morimos solos. Es una verdad conveniente de reconocer. Y es que, no obstante la capacidad humana de estructurar sociedades; en lo íntimo, en lo concreto, no dejamos la individualidad, es decir: cuando nacemos, nadie más nace al tiempo que nosotros, y cuando fenecemos, nadie muere en ese instante. La vida de un ser humano es, hasta cierto punto, una aventura solitaria. Existe una continuidad buscada con ansia, es cierto, pero nunca lograda completamente. El movimiento de los sexos es, de alguna manera, la vía para estrechar esa distancia, acortando el abismo que nos separa del otro. La intensidad y magnitud de tal acercamiento depende de cuánto vértigo nos agrade. Los amantes saben hasta dónde se acercan. Por otro lado, somos parte de una especie biológicamente definida –mamíferos en lo esencial- animales, paradójicamente en vía de dejar de serlo, al percatarnos de la naturaleza placentera de nuestro sexo. Resulta interesante pensar en otras especies menos evolucionadas, las cuales se aparean sólo en función de sus ciclos de celo. Los seres humanos llevamos a cabo actos eróticos, sin una intención necesariamente reproductiva. El sexo en un sentido puramente instintivo, es distinto al erotismo como manifestación humana. Resulta relativamente fácil seguir el rastro de tal manifestación a través de los milenios. Baste pensar en los registros prehistóricos de Lascaux, los códices indígenas mesoamericanos, los grabados orientales, la escultura y arquitectura hindúes, las expresiones plásticas grecorromanas, el arte africano, e incluso las idosincrasias y cultos de grupos humanos enteros, sin mencionar el peso que sobre el inconsciente colectivo han tenido las expresiones artísticas del pasado siglo. Todas las manifestaciones mencionadas dan cuenta de esa energía vital. Esa pulsión se encuentra en el seno de la filosofía y la religión, pues como se explica unas líneas arriba, es nuestra parte más animal y al mismo tiempo, menos animal, una paradoja, pieza imposible de soslayar. Cualquier psicología que busque dirigir, o definir al ser humano, habrá de pasar forzosamente por la decisiva definición de su postura, respecto al problema que plantea el erotismo. Las religiones de origen judío, sólo por mencionar un extremo, hicieron su apuesta obvia, y temprana, haciendo de él uno de los principales pecados, el primero. Así, en el génesis, el erotismo comienza siendo maldito. En el mito bíblico de la creación, es suficiente que Adán, se dé cuenta de su desnudez, para que dios lo expulse del paraíso de la inconsciencia, Adán, el primer hombre, al desobedecer el mandato divino de no conocer es condenado a la esclavitud del trabajo. Los símbolos se colocan claramente en su sitio. Eva, la mujer, y satán, la serpiente, representantes ambos del perverso mundo de la seducción. El demonio, baco redivivo, símbolo de lo pagano, es el perpetrador de la desgracia. La biblia, conjura así, juzgándola, la potente energía encerrada en el erotismo. Sin embargo, no todas las religiones hacen del erotismo una actividad del reino sombrío. Antes bien, se trata de una actividad divina y creadora. Los dioses gozan con la lujuria de sus seguidores. Las fiestas dionisiacas. Su fervor. El orden invertido. La ingesta desmedida. La pérdida. El gasto. La muerte. Similar a la de millones de espermatozoides que perecen en cada eyaculación.
Friederich Nietszche, por su parte, apuesta al poder, la voluntad que insufla libertad al hombre, proyectándolo por encima de la idea de una felicidad lejana, el destino se encuentra aquí y sólo los hombres conquistadores, los buenos, a la manera de los conquistadores, tendrán el valor de edificarlo. El solitario de Sïls Maria pondera muy alto lo que para algunos podría resultar brutal, la capacidad de los fuertes para imponerse, para tomar lo necesario, sin asomo de miedo o culpabilidad, desprecia paraísos posteriores a esta vida que percibimos, destruye la psicología del sacerdote, que como renacuajo ruin ha elaborado la idea de juicio, en razón de su debilidad. Este alemán habla de una moral del hombre vital. Lo débil merece ser suprimido. Llegados hasta aquí, este pensador guarda colindancia con otro hombre de letras, el marqués de Sade, en el sentido que la muerte es una parte importante de la vida, la que es tan abundante, que se derrama en la mortandad. Sade, sin embargo, lleva al extremo su ficción, y como tal habrá que tomársele, pues Sade, no obstante imaginar las más delirantes escenas de abyección, tortura y homicidio jamás escritas, se horrorizaba ante la guillotina y se pronunciaba contra la pena de muerte. Finalmente, Sade resultó ser más moral que nuestros contemporáneos escribiría Camus. Tendríamos que extraer de Nietzsche y Sade esa intuición en la que concidieron, quizá sin pretenderlo. El erotismo, la agitación sexual, la fuerza vital, la voluntad de poder, contiene un elemento violento, relacionado con la muerte. Esa pesadez, oscura y en ocasiones nefasta, desemboca en el lado luminoso. La vida. La desfloración de las vírgenes. Los volcanes. El ciclo natural, carente de intención -pues es un propósito por sí mismo- se encuentra asentado sobre los mismos fundamentos de vida y muerte. El acercamiento y alejamiento es repetitivo. El sexo masculino, hinchado de sangre, abriendo. La parte receptora siendo violentada en sus límites. Entrar y salir. Entrar y salir. Ir y venir. Ir y venir. Amanecer–anochecer, amanecer-anochecer, acostarse-levantarse, acostarse-levantarse, nacer-morir, nacer-morir. La cópula de los términos. La cópula de los acontecimientos. Todo en la naturaleza puede adquirir el sentido del símbolo: los árboles se erigen como falos hacia el sol. La tierra es masturbada continuamente por el mar. El oleaje. Esperma oceánico. El universo se expande y se contrae. Tal es la verdad de la vida. No obstante. Todo lo escrito hasta el momento no tiene sentido, en tanto no se vea envuelta, al principio y al fin, la seducción, el erotismo de los cuerpos, entidad demoledora y reconstructora de la personalidad, es decir, después de la teoría, el hecho, la práctica, y después otra vez la teoría, y así sucesivamente…
"...La búsqueda calculada de la procreación,
semejante al trabajo de una sierra,
humanamente corre el riesgo de reducirse
a una lamentable mecánica.
La esencia del hombre se basó en la sexualidad
- que es el origen y el principio –
planteándole un problema cuya
única salida es el enloquecimiento.”
Georges Bataille, El Erotismo.
Nacemos y morimos solos. Es una verdad conveniente de reconocer. Y es que, no obstante la capacidad humana de estructurar sociedades; en lo íntimo, en lo concreto, no dejamos la individualidad, es decir: cuando nacemos, nadie más nace al tiempo que nosotros, y cuando fenecemos, nadie muere en ese instante. La vida de un ser humano es, hasta cierto punto, una aventura solitaria. Existe una continuidad buscada con ansia, es cierto, pero nunca lograda completamente. El movimiento de los sexos es, de alguna manera, la vía para estrechar esa distancia, acortando el abismo que nos separa del otro. La intensidad y magnitud de tal acercamiento depende de cuánto vértigo nos agrade. Los amantes saben hasta dónde se acercan. Por otro lado, somos parte de una especie biológicamente definida –mamíferos en lo esencial- animales, paradójicamente en vía de dejar de serlo, al percatarnos de la naturaleza placentera de nuestro sexo. Resulta interesante pensar en otras especies menos evolucionadas, las cuales se aparean sólo en función de sus ciclos de celo. Los seres humanos llevamos a cabo actos eróticos, sin una intención necesariamente reproductiva. El sexo en un sentido puramente instintivo, es distinto al erotismo como manifestación humana. Resulta relativamente fácil seguir el rastro de tal manifestación a través de los milenios. Baste pensar en los registros prehistóricos de Lascaux, los códices indígenas mesoamericanos, los grabados orientales, la escultura y arquitectura hindúes, las expresiones plásticas grecorromanas, el arte africano, e incluso las idosincrasias y cultos de grupos humanos enteros, sin mencionar el peso que sobre el inconsciente colectivo han tenido las expresiones artísticas del pasado siglo. Todas las manifestaciones mencionadas dan cuenta de esa energía vital. Esa pulsión se encuentra en el seno de la filosofía y la religión, pues como se explica unas líneas arriba, es nuestra parte más animal y al mismo tiempo, menos animal, una paradoja, pieza imposible de soslayar. Cualquier psicología que busque dirigir, o definir al ser humano, habrá de pasar forzosamente por la decisiva definición de su postura, respecto al problema que plantea el erotismo. Las religiones de origen judío, sólo por mencionar un extremo, hicieron su apuesta obvia, y temprana, haciendo de él uno de los principales pecados, el primero. Así, en el génesis, el erotismo comienza siendo maldito. En el mito bíblico de la creación, es suficiente que Adán, se dé cuenta de su desnudez, para que dios lo expulse del paraíso de la inconsciencia, Adán, el primer hombre, al desobedecer el mandato divino de no conocer es condenado a la esclavitud del trabajo. Los símbolos se colocan claramente en su sitio. Eva, la mujer, y satán, la serpiente, representantes ambos del perverso mundo de la seducción. El demonio, baco redivivo, símbolo de lo pagano, es el perpetrador de la desgracia. La biblia, conjura así, juzgándola, la potente energía encerrada en el erotismo. Sin embargo, no todas las religiones hacen del erotismo una actividad del reino sombrío. Antes bien, se trata de una actividad divina y creadora. Los dioses gozan con la lujuria de sus seguidores. Las fiestas dionisiacas. Su fervor. El orden invertido. La ingesta desmedida. La pérdida. El gasto. La muerte. Similar a la de millones de espermatozoides que perecen en cada eyaculación.
Friederich Nietszche, por su parte, apuesta al poder, la voluntad que insufla libertad al hombre, proyectándolo por encima de la idea de una felicidad lejana, el destino se encuentra aquí y sólo los hombres conquistadores, los buenos, a la manera de los conquistadores, tendrán el valor de edificarlo. El solitario de Sïls Maria pondera muy alto lo que para algunos podría resultar brutal, la capacidad de los fuertes para imponerse, para tomar lo necesario, sin asomo de miedo o culpabilidad, desprecia paraísos posteriores a esta vida que percibimos, destruye la psicología del sacerdote, que como renacuajo ruin ha elaborado la idea de juicio, en razón de su debilidad. Este alemán habla de una moral del hombre vital. Lo débil merece ser suprimido. Llegados hasta aquí, este pensador guarda colindancia con otro hombre de letras, el marqués de Sade, en el sentido que la muerte es una parte importante de la vida, la que es tan abundante, que se derrama en la mortandad. Sade, sin embargo, lleva al extremo su ficción, y como tal habrá que tomársele, pues Sade, no obstante imaginar las más delirantes escenas de abyección, tortura y homicidio jamás escritas, se horrorizaba ante la guillotina y se pronunciaba contra la pena de muerte. Finalmente, Sade resultó ser más moral que nuestros contemporáneos escribiría Camus. Tendríamos que extraer de Nietzsche y Sade esa intuición en la que concidieron, quizá sin pretenderlo. El erotismo, la agitación sexual, la fuerza vital, la voluntad de poder, contiene un elemento violento, relacionado con la muerte. Esa pesadez, oscura y en ocasiones nefasta, desemboca en el lado luminoso. La vida. La desfloración de las vírgenes. Los volcanes. El ciclo natural, carente de intención -pues es un propósito por sí mismo- se encuentra asentado sobre los mismos fundamentos de vida y muerte. El acercamiento y alejamiento es repetitivo. El sexo masculino, hinchado de sangre, abriendo. La parte receptora siendo violentada en sus límites. Entrar y salir. Entrar y salir. Ir y venir. Ir y venir. Amanecer–anochecer, amanecer-anochecer, acostarse-levantarse, acostarse-levantarse, nacer-morir, nacer-morir. La cópula de los términos. La cópula de los acontecimientos. Todo en la naturaleza puede adquirir el sentido del símbolo: los árboles se erigen como falos hacia el sol. La tierra es masturbada continuamente por el mar. El oleaje. Esperma oceánico. El universo se expande y se contrae. Tal es la verdad de la vida. No obstante. Todo lo escrito hasta el momento no tiene sentido, en tanto no se vea envuelta, al principio y al fin, la seducción, el erotismo de los cuerpos, entidad demoledora y reconstructora de la personalidad, es decir, después de la teoría, el hecho, la práctica, y después otra vez la teoría, y así sucesivamente…
1 comment:
shhh.. sorpresa, k fregona kedó la foto, ya kiero ver las demás!
el blog me latió en general,faltan textos tuyos no? El de erotismo me pasó mucho,inspira
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