Friday, March 23, 2007

Genet. Segunda parte


Genet. La sinrazón de escribir.

Escribo sin remedio. Ni siquiera se trata de placer. Es el único acto, que permite la continuación de mi existencia. Las resacas son atroces. No importa. Sé que todo es absurdo. Sin embargo… sobrevivir es una dirección ¿Puede alguien culparme por eso? Al parecer sí. Estuve condenado a muerte, lo cual no disminuyó mi obsesión por representar signos. Papel para hacer bolsas de papel. Bolsas para guardar papeles. Cuadernos improvisados. Un relato. Yo en el papel. En una bolsa, sin respiración, como cuando me revientan el culo. Intercambiaba la comida por chupadas. Vergas sucias, criminales, como la que me engendró. La mierda tiene una deuda conmigo, es decir la sociedad. ¿palabras familiares?: Robar. Traicionar. Sobrevivir. Nimiedades. Desertar. Prostituirse. Hambre.

Inventé varias maneras de responder. Odiar. Mi madre fue una puta. Me abandonó cuando aún no tenía consciencia de mí. Los orfanatos son horriblemente fríos. Seguir robando. Dormir en la calle. Crecer con la amargura en la piel. Seguir creciendo con la aguja en las venas. Enamorarse de un hombre, que no podía tener. Enrolarse. Vagar. Perderse.

Yo mismo ostento un pene. Soy un verdadero putón. Tengo malas costumbres. Me he cagado mientras me cogen. Un líquido flojo. Revuelto con sangre. Sólo un descanso. Otro más.

Los cerdos de la guerra. Ja. A eso llamo traición. ¿Yo? Una sombra más de este siglo. Un espectro que escribe. Fruto de la Europa “cuna de la civilización occidental”. La civilización que doblega. La bestia conquistadora.

Resulta lógica mi inclinación por lo marginal. Lo violado. Por la inversión de los términos. Escribir algo dónde los personajes principales sean reales. La realidad que he vivido yo. Ladrones cómo yo. Chulos como yo. Traidores como yo. La mierda tenía que pagar su deuda conmigo. Mi voz encerrada en las bolsas de papel. Oré a nuestra señora de las flores, y mis palabras llegaron a la mente de algunos, con el suficiente poder para que me indultaran. Para devolverme a la vida que desprecio. Ahora no puedo dejar de volcar mis experiencias en las páginas. Blancas como el semen, que tanto aprecio. Inclinarme sobre la verga de mi agrado y obtener toda la leche posible. Todas las letras sangrientas. Seguir viviendo. Narrar la muerte de los nuestros. Los pobres. Los niños. Las mujeres violadas. Los ancianos torturados. Enamorarme de las manos guerrilleras de un fedayín. Convertirme en su hermano. Ser su mujer-hombre, sin que él lo supiera. Amar a su madre. Sólo una noche. En el umbral de la vejez, dejar de ser huérfano por unas horas.

Antes había ido con aquéllos para los que mi desgracia resulta familiar. Panteras suicidas. Panteras con falos gigantes, cuidando de mí. Este viejo mortal, de piel lechosa. Kamikazes felices. Pervertidores del orden maldito de dios. Asesinos de sí mismos. Armas vivientes. Cuerpos con un reloj en cuenta regresiva. Causantes de asombro y desasosiego. Protegido por esos felices agentes mortales. Ironía de la vida que ya no siento. Paradoja que da luz a mi epitafio. Estoy muerto ya. No siento siquiera un soplo de verdor. Abdellah me ha dejado. Lo comprendo. Caminar sobre la cuerda floja acabó con él. Y conmigo. He decidido poner fin a mi vida. Se los comuniqué a ellos. Sorprendidos. Recordaron el cáncer en mi garganta. Les dije que esa no era la razón. Es simple: Ya no quiero vivir.

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