Friday, March 23, 2007

Tu sexo


Tu sexo. Oscuro.


"...La búsqueda calculada de la procreación,
semejante al trabajo de una sierra,
humanamente corre el riesgo de reducirse
a una lamentable mecánica.
La esencia del hombre se basó en la sexualidad
- que es el origen y el principio –
planteándole un problema cuya
única salida es el enloquecimiento.”

Georges Bataille, El Erotismo.

Nacemos y morimos solos. Es una verdad conveniente de reconocer. Y es que, no obstante la capacidad humana de estructurar sociedades; en lo íntimo, en lo concreto, no dejamos la individualidad, es decir: cuando nacemos, nadie más nace al tiempo que nosotros, y cuando fenecemos, nadie muere en ese instante. La vida de un ser humano es, hasta cierto punto, una aventura solitaria. Existe una continuidad buscada con ansia, es cierto, pero nunca lograda completamente. El movimiento de los sexos es, de alguna manera, la vía para estrechar esa distancia, acortando el abismo que nos separa del otro. La intensidad y magnitud de tal acercamiento depende de cuánto vértigo nos agrade. Los amantes saben hasta dónde se acercan. Por otro lado, somos parte de una especie biológicamente definida –mamíferos en lo esencial- animales, paradójicamente en vía de dejar de serlo, al percatarnos de la naturaleza placentera de nuestro sexo. Resulta interesante pensar en otras especies menos evolucionadas, las cuales se aparean sólo en función de sus ciclos de celo. Los seres humanos llevamos a cabo actos eróticos, sin una intención necesariamente reproductiva. El sexo en un sentido puramente instintivo, es distinto al erotismo como manifestación humana. Resulta relativamente fácil seguir el rastro de tal manifestación a través de los milenios. Baste pensar en los registros prehistóricos de Lascaux, los códices indígenas mesoamericanos, los grabados orientales, la escultura y arquitectura hindúes, las expresiones plásticas grecorromanas, el arte africano, e incluso las idosincrasias y cultos de grupos humanos enteros, sin mencionar el peso que sobre el inconsciente colectivo han tenido las expresiones artísticas del pasado siglo. Todas las manifestaciones mencionadas dan cuenta de esa energía vital. Esa pulsión se encuentra en el seno de la filosofía y la religión, pues como se explica unas líneas arriba, es nuestra parte más animal y al mismo tiempo, menos animal, una paradoja, pieza imposible de soslayar. Cualquier psicología que busque dirigir, o definir al ser humano, habrá de pasar forzosamente por la decisiva definición de su postura, respecto al problema que plantea el erotismo. Las religiones de origen judío, sólo por mencionar un extremo, hicieron su apuesta obvia, y temprana, haciendo de él uno de los principales pecados, el primero. Así, en el génesis, el erotismo comienza siendo maldito. En el mito bíblico de la creación, es suficiente que Adán, se dé cuenta de su desnudez, para que dios lo expulse del paraíso de la inconsciencia, Adán, el primer hombre, al desobedecer el mandato divino de no conocer es condenado a la esclavitud del trabajo. Los símbolos se colocan claramente en su sitio. Eva, la mujer, y satán, la serpiente, representantes ambos del perverso mundo de la seducción. El demonio, baco redivivo, símbolo de lo pagano, es el perpetrador de la desgracia. La biblia, conjura así, juzgándola, la potente energía encerrada en el erotismo. Sin embargo, no todas las religiones hacen del erotismo una actividad del reino sombrío. Antes bien, se trata de una actividad divina y creadora. Los dioses gozan con la lujuria de sus seguidores. Las fiestas dionisiacas. Su fervor. El orden invertido. La ingesta desmedida. La pérdida. El gasto. La muerte. Similar a la de millones de espermatozoides que perecen en cada eyaculación.

Friederich Nietszche, por su parte, apuesta al poder, la voluntad que insufla libertad al hombre, proyectándolo por encima de la idea de una felicidad lejana, el destino se encuentra aquí y sólo los hombres conquistadores, los buenos, a la manera de los conquistadores, tendrán el valor de edificarlo. El solitario de Sïls Maria pondera muy alto lo que para algunos podría resultar brutal, la capacidad de los fuertes para imponerse, para tomar lo necesario, sin asomo de miedo o culpabilidad, desprecia paraísos posteriores a esta vida que percibimos, destruye la psicología del sacerdote, que como renacuajo ruin ha elaborado la idea de juicio, en razón de su debilidad. Este alemán habla de una moral del hombre vital. Lo débil merece ser suprimido. Llegados hasta aquí, este pensador guarda colindancia con otro hombre de letras, el marqués de Sade, en el sentido que la muerte es una parte importante de la vida, la que es tan abundante, que se derrama en la mortandad. Sade, sin embargo, lleva al extremo su ficción, y como tal habrá que tomársele, pues Sade, no obstante imaginar las más delirantes escenas de abyección, tortura y homicidio jamás escritas, se horrorizaba ante la guillotina y se pronunciaba contra la pena de muerte. Finalmente, Sade resultó ser más moral que nuestros contemporáneos escribiría Camus. Tendríamos que extraer de Nietzsche y Sade esa intuición en la que concidieron, quizá sin pretenderlo. El erotismo, la agitación sexual, la fuerza vital, la voluntad de poder, contiene un elemento violento, relacionado con la muerte. Esa pesadez, oscura y en ocasiones nefasta, desemboca en el lado luminoso. La vida. La desfloración de las vírgenes. Los volcanes. El ciclo natural, carente de intención -pues es un propósito por sí mismo- se encuentra asentado sobre los mismos fundamentos de vida y muerte. El acercamiento y alejamiento es repetitivo. El sexo masculino, hinchado de sangre, abriendo. La parte receptora siendo violentada en sus límites. Entrar y salir. Entrar y salir. Ir y venir. Ir y venir. Amanecer–anochecer, amanecer-anochecer, acostarse-levantarse, acostarse-levantarse, nacer-morir, nacer-morir. La cópula de los términos. La cópula de los acontecimientos. Todo en la naturaleza puede adquirir el sentido del símbolo: los árboles se erigen como falos hacia el sol. La tierra es masturbada continuamente por el mar. El oleaje. Esperma oceánico. El universo se expande y se contrae. Tal es la verdad de la vida. No obstante. Todo lo escrito hasta el momento no tiene sentido, en tanto no se vea envuelta, al principio y al fin, la seducción, el erotismo de los cuerpos, entidad demoledora y reconstructora de la personalidad, es decir, después de la teoría, el hecho, la práctica, y después otra vez la teoría, y así sucesivamente…

Genet. Segunda parte


Genet. La sinrazón de escribir.

Escribo sin remedio. Ni siquiera se trata de placer. Es el único acto, que permite la continuación de mi existencia. Las resacas son atroces. No importa. Sé que todo es absurdo. Sin embargo… sobrevivir es una dirección ¿Puede alguien culparme por eso? Al parecer sí. Estuve condenado a muerte, lo cual no disminuyó mi obsesión por representar signos. Papel para hacer bolsas de papel. Bolsas para guardar papeles. Cuadernos improvisados. Un relato. Yo en el papel. En una bolsa, sin respiración, como cuando me revientan el culo. Intercambiaba la comida por chupadas. Vergas sucias, criminales, como la que me engendró. La mierda tiene una deuda conmigo, es decir la sociedad. ¿palabras familiares?: Robar. Traicionar. Sobrevivir. Nimiedades. Desertar. Prostituirse. Hambre.

Inventé varias maneras de responder. Odiar. Mi madre fue una puta. Me abandonó cuando aún no tenía consciencia de mí. Los orfanatos son horriblemente fríos. Seguir robando. Dormir en la calle. Crecer con la amargura en la piel. Seguir creciendo con la aguja en las venas. Enamorarse de un hombre, que no podía tener. Enrolarse. Vagar. Perderse.

Yo mismo ostento un pene. Soy un verdadero putón. Tengo malas costumbres. Me he cagado mientras me cogen. Un líquido flojo. Revuelto con sangre. Sólo un descanso. Otro más.

Los cerdos de la guerra. Ja. A eso llamo traición. ¿Yo? Una sombra más de este siglo. Un espectro que escribe. Fruto de la Europa “cuna de la civilización occidental”. La civilización que doblega. La bestia conquistadora.

Resulta lógica mi inclinación por lo marginal. Lo violado. Por la inversión de los términos. Escribir algo dónde los personajes principales sean reales. La realidad que he vivido yo. Ladrones cómo yo. Chulos como yo. Traidores como yo. La mierda tenía que pagar su deuda conmigo. Mi voz encerrada en las bolsas de papel. Oré a nuestra señora de las flores, y mis palabras llegaron a la mente de algunos, con el suficiente poder para que me indultaran. Para devolverme a la vida que desprecio. Ahora no puedo dejar de volcar mis experiencias en las páginas. Blancas como el semen, que tanto aprecio. Inclinarme sobre la verga de mi agrado y obtener toda la leche posible. Todas las letras sangrientas. Seguir viviendo. Narrar la muerte de los nuestros. Los pobres. Los niños. Las mujeres violadas. Los ancianos torturados. Enamorarme de las manos guerrilleras de un fedayín. Convertirme en su hermano. Ser su mujer-hombre, sin que él lo supiera. Amar a su madre. Sólo una noche. En el umbral de la vejez, dejar de ser huérfano por unas horas.

Antes había ido con aquéllos para los que mi desgracia resulta familiar. Panteras suicidas. Panteras con falos gigantes, cuidando de mí. Este viejo mortal, de piel lechosa. Kamikazes felices. Pervertidores del orden maldito de dios. Asesinos de sí mismos. Armas vivientes. Cuerpos con un reloj en cuenta regresiva. Causantes de asombro y desasosiego. Protegido por esos felices agentes mortales. Ironía de la vida que ya no siento. Paradoja que da luz a mi epitafio. Estoy muerto ya. No siento siquiera un soplo de verdor. Abdellah me ha dejado. Lo comprendo. Caminar sobre la cuerda floja acabó con él. Y conmigo. He decidido poner fin a mi vida. Se los comuniqué a ellos. Sorprendidos. Recordaron el cáncer en mi garganta. Les dije que esa no era la razón. Es simple: Ya no quiero vivir.

Genet. Primera parte


Los palestinos. Los negros.

“Dios es blanco;
desde hace dos mil años
come sobre su mantel blanco,
con un tenedor blanco
y se limpia la boca blanca
con una servilleta blanca”

Jean Genet

Jean Genet odiaba el teatro. Aún así, fue un dramaturgo sobresaliente. Francés de nacimiento, homosexual y escritor, que en los hechos, apoyaba los movimientos de los desposeídos y marginados de la sociedad. Todo en Genet podría parecer una manifestación. Su persona, para empezar.

Abandonado por sus padres a la asistencia pública, crece en un orfanato y posteriormente, al encontrársele culpable de hurto, es ingresado a un reformatorio. Al cumplir la edad reglamentaria, abandona la correccional, entra a la legión extranjera, de la cual deserta. Después entra y sale de la cárcel durante algunos años. Roba, traiciona, se prostituye. Sobrevive.

Genet comienza a escribir después de sus veinticinco años. Su primera obra “Notre Dame du fleurs” Nuestra Señora de las Flores, escrita en la cárcel, le es arrebatada por el director del penal. El artista la reconstruye, sólo con el poder de su memoria, y la plasma sobre papel para hacer bolsas, del cual disponía gracias a su trabajo en el centro penitenciario. Había sido condenado a cadena perpetua, por reincidencia y aumento en la gravedad de sus crímenes. No obstante, los intelectuales “del momento” Sartre y Cocteau tienen acceso a su obra. Visiblemente sorprendidos y sensibilizados, piden al primer ministro de Francia, el perdón para el convicto. Después de un tiempo conveniente, logran el indulto para el futuro escritor de obras como “Querelle de Brest” y “El condenado a muerte”, ambas auto biográficas, con profundas reflexiones acerca del absurdo de la existencia, y dónde los personajes principales son ladrones, asesinos y proxenetas. Las obras de Genet tienen poesía implícita. Después de salir de la cárcel, Genet se esconde durante cuatro años y no produce nada. Sartre escribe el ensayo sobre él: “San Genet. Comediante y mártir”

Jean vive una nueva etapa en su vida. Como creador y como individuo identificado con las luchas, razones y manifestaciones de los marginales, como él. Genet escribe en Cuatro horas en Chatila, uno de sus textos más crudos, y reveladores: “la mujer palestina probablemente era mayor, puesto que tenía el pelo gris. Estaba tumbada de espaldas, depositada o dejada sobre sillares, ladrillos, barras de hierro torcidas, sin confort. Antes de nada me sorprendí por una extraña trenza de cuerda y tela que iba de una muñeca a la otra, manteniendo así los dos brazos abiertos en horizontal, crucificados. La cara negra e hinchada, levantada hacia el cielo, mostraba una boca abierta, negra de moscas, con dientes que me resultaron muy blancos, una cara que parecía, sin que un músculo se moviese, o bien hacer muecas o bien sonreír o proferir un alarido silencioso e ininterrumpido. Sus medias eran de lana negra; el vestido de flores rosas y grises, ligeramente remangado o demasiado corto, no lo sé, dejaba ver lo alto de las pantorrillas negras e hinchadas, siempre con delicados tintes semejantes al malva y al violeta de las mejillas. ¿Eran hematomas o el efecto natural de la putrefacción al sol? —
¿Le han pegado con la culata?
—Mire, señor, mire sus manos.- No me había fijado. Los dedos de las dos manos estaban desplegados en abanico y los diez estaban cortados con una cizalla de jardinero. Los soldados, riendo como niños y cantando alegremente, se habían divertido descubriendo esta cizalla y utilizándola.
—Mire, señor.

Las puntas de los dedos, las falanges con la uña, yacían en el polvo-. El hombre joven que me mostraba, con naturalidad, sin ningún énfasis, el suplicio de los muertos, recubrió tranquilamente con una tela la cara y las manos de la mujer palestina, y con un cartón rugoso sus piernas. Yo ya no distinguía más que un montón de telas rosas y grises sobrevolado por moscas.”

Quien así escribe, presenció la estela que dejó la masacre de un grupo civil palestino a manos de grupos fundamentalistas apoyados por Israel. Genet sigue relatando con una sensibilidad distanciada, los hechos sucedidos muy recientemente.

Genet piensa que no le debe a nadie. Por lo tanto escribe sin limitantes. Sin embargo. Un escritor de esta índole no puede ser perdonado por la crítica, quien en más de una ocasión trata de relegar sus obras al desván de los artefactos literarios disfuncionales. No obstante, el francés hace atrevidas comparaciones, al involucrarse ideológicamente con la revolución palestina, en un libro póstumo llamado Un cautivo enamorado. del que Juan Goytisolo extrae un fragmento que cito aquí sin su permiso:

“Cuando el joven, después de largos días de inquietud y perplejidad, resuelve cambiar de sexo conforme a la palabra bastante horrenda de transexual, una vez tomada la decisión, le invade la alegría ante la idea de su sexo nuevo, de los senos que acariciará realmente... Desprenderse del consabido, pero execrado modo de andar viril, dejar el mundo por el Carmelo o la leprosería, saltar del universo del pantalón al de los sostenes, ¿no es quizás el equivalente de la muerte esperada pero temida y no admite una comparación con el suicidio a fin de que los coros canten el Tubamirum? El transexual será pues un monstruo y un héroe... El temor comenzará con la resistencia de los pies a achicarse: los zapatos de mujer, tacón de aguja 43-44 son raros, mas la alegría lo cubrirá todo, la alegría y la exultación. El Requiem expresa esto: el júbilo y el temor. Así los palestinos, los chiíes, los locos de Dios que se precipitan riendo hacia los antiguos de las cavernas y los escarpines dorados del 43-44, se vieron brincar adelante con mil carcajadas, mezclados con el retroceso de los trombones. Alegría del transexual, alegría del Requiem, alegría del Kamikaze... alegría del héroe”.

Genet intenta entrar a Estados Unidos de Norteamérica, y la visa se le niega, pues se saben de sus vínculos con organizaciones como las Panteras Negras. Grupo rebelde radical que apoyaba la causa negra. Genet logra entrar por vías ilegales y participa en reuniones, marchas y otras actividades con este grupo.



A raíz de su experiencia estadunidense, Genet concibe “Los negros”, obra cuyo inicio es un ritual, otra vez, de reivindicación. En la primera escena, debe haber un ataúd blanco, los actores, son todos negros, o tienen la piel pintada de ese color. Cantan y parecen regocijarse de un asesinato. Conforme transcurre la obra, el espectador se da cuenta que los homicidas celebran haber matado a una piel rosada. Los tambores africanos marcan el compás que llevará toda la obra. Genet piensa en hostias negras. Y ya vienen las autoridades, con la muerte blanca en sus armas. La obra busca la denuncia racial. Válida hoy, como siempre, en medio de las guerras con el pretexto de la limpieza étnica.


Genet hizo de su homosexualidad, una expresión social más. Enamorado de un equilibrista. Vende los derechos de una de sus obras, con el único fin de que su amante pudiera tomar cursos avanzados de equilibrio. A Genet le parece que el circo, es el único arte dónde el artista arriesga su vida cada noche. Abdellah es el nombre de este acróbata, quién posteriormente se suicida. Genet se siente y escribe destrozado, sin embargo continúa hacia la noche. Hacia nuestro final ineludible. Inundado de cáncer. Ese final que podría parecer un simulacro para este sobreviviente de la vida y la sociedad, que despreció, criticó y escandalizó, El ocaso lo alcanzó. Hoy todavía nos alimentamos de su rapiña, como se lee en algún blog español. Español, como el cementerio junto al mar donde está su tumba. Larache. Genet escribe de sí mismo, y parece incluir a varios de nosotros:

“Mi estupor fue inmenso cuando comprendí que mi vida... no era sino una hoja de papel blanco que, a fuerza de pliegues, había podido transformarse en un objeto nuevo que yo era quizás el único en ver en tres dimensiones, con la apariencia de una montaña, de un precipicio, de un crimen o de un accidente mortal”.


Genet, sin embargo, de una romántica manera, teje su obra, su vida y su muerte en una sola fantástica aventura. Manifestación social. Consciente o inconsciente. Ingenuidad y experiencia. Su obra espera. En la penumbra de la paradoja.